Barrilete, Museo de los Niños

NOVEDADES

06/05/2014

Lo simple y lo profundo. Una conversación con Isidro Ferrer

Por Emanuel Rodríguez

Mundos Mágicos es una nueva propuesta de Barrilete, en el tono de las muestras interactivas que el museo de los niños organizó en torno de las obras de Antonio Seguí, Quino y Pablo Bernasconi: el Museo entero transformado en una gran instalación con la estética del artista elegido, con actividades para que los chicos tomen un contacto práctico con las obras y con los modos de trabajo del artista y con un concepto didáctico del homenaje. En este caso, con la particularidad riesgosa de que el homenajeado no es una figura de máximo reconocimiento en la Argentina, salvo para los especialistas en diseño o los investigadores de literatura infantil y juvenil. Sin embargo, para las autoridades de Barrilete Isidro ha sido una especie de ballena blanca, perseguida durante años, y esta muestra es la realización de un sueño: “nos enamoramos de su obra y los buscamos por todas partes. No podíamos dar con él, hasta que hace cuatro años finalmente un amigo en común nos puso en contacto. Pero después vino la mudanza de Barrilete y las cosas se complicaron. Ahora por fin podemos hacer esta muestra”, explica Sabina Villagra, directora del Museo, quien define la obra de Ferrer a partir de “la maravilla de la sencillez, cómo con elementos muy simples logra transmitir ideas muy complejas”. La idea de “hacer tanto con tan poco” una los destinos de Ferrer y del museo y reduce el desafío de la poca celebridad a un mero detalle que pierde importancia ante la tremenda invitación a jugar que es esta muestra.

El mundo de Isidro Ferrer coincide exactamente con el mundo en el que vivimos el resto de los seres humanos en casi todo menos en algunos detalles: en ese extraño planeta tan parecido al nuestro las cosas siempre tienen la posibilidad de ser otra cosa. Una piedra es un rostro. Un hueso puede ser una gran obra de la literatura universal. Un candado puede ser una araña. Da la impresión de que algunos ejercicios de imaginación le bastan a Isidro para liberar a las cosas de su destino común y abrirles un escenario tan vasto de posibilidades que esa libertad, ese pequeño acto de rebeldía, se contagia. Entonces los que habitamos mundos normales y vamos a las oficinas a pagar impuestos y usamos las piedras como piedras, de repente sentimos cómo ingresa, cómo se abre una grieta en el sentido común y ¡paf! Un poquito de esa libertad nos pertenece. Caminamos por ahí viendo rostros donde hay paragolpes de autos. Vemos símbolos donde antes veíamos ruido. Vemos incluso cómo algunos sentimientos que creíamos deformes adoptan la forma de objetos encontrados, de chatarras rebeldes que se niegan con todas fuerzas a terminar en un contenedor de la basura y reclaman su lugar en nuestra historia afectiva.

Isidro Ferrer pasa gran parte de su tiempo jugando. Por supuesto, su juego es su trabajo: en eso ha conseguido una ventaja, hacer que las actividades que más lo divierten, también sean las que le permiten ir a las oficinas a pagar los impuestos. Antes de venir a Córdoba, debió acumular trabajo para compensar las horas de viaje y los días fuera de su país. Fue muy difícil encontrar un agujero en su agenda, pero hubo un almuerzo que se demoró y una conversación telefónica en la que se pudo, finalmente, preguntarle al artista español cómo es su lugar de trabajo. Es una pregunta que puede obsesionarte si te metés a conocer su obra, porque su obra está llena de cosas que vos no guardarías y entonces la pregunta es: ¿Isidro Ferrer trabaja rodeado de cachivaches todo el tiempo?

La respuesta es no. Isidro es más bien ordenado. La etapa caótica de su trabajo no sucede en su taller. Allí conserva apenas lo que sabe que va a utilizar en el futuro inmediato. No guarda cosas por las dudas, ni los objetos lo acechan para decirle todo el tiempo que pueden servir para ser otras cosas diferentes de lo que son. Lo más frecuente es que el viaje de ciruja que hace Isidro para encontrar los objetos que terminarán siendo parte de sus obras ocurra en su cabeza. La remoción de escombros para reordenar el mundo es una tarea mental en el caso de Isidro: “apenas guardo lo que sé que utilizaré para el trabajo que estoy haciendo”, dice. Luego, durante la charla, evitará cualquier definición de su trabajo: ¿es un diseñador, es un ilustrador, es un poeta visual? Esa pregunta está en la lista de cosas que uno quisiera saber de boca de Isidro, pero lo cierto es que a medida que la conversación avanza esa clase de detalles pierden importancia. Sabemos que Isidro es bastante único en lo que hace, y sabemos que una vez que ingresamos a su mundo nuestro propio mundo cambia un poco para siempre.

Dice Isidro que su trabajo se parece a un juego en varios aspectos: “es divertido, y es importante para mí que sea divertido. Y es un juego en tanto trabajo todo el tiempo con el desfasaje”. Cuando jugamos ponemos en marcha un mundo de metáforas: jugamos a que somos otra cosa, jugamos a que la habitación es una nave espacial y nosotros somos astronautas, o jugamos a que el patio es el lejano oeste, o jugamos a que la pelota es un planeta lejano. Cuando trabaja, Isidro juega a que un revólver es una canilla, un serrucho es una escalera o unas piedras son unas nubes. Técnicamente muchos de los trabajos de Isidro se definen como “paradoja visual”. Nosotros, e Isidro está de acuerdo con esto, sabemos que es una manera de jugar.

¿En qué no se parece nada a un juego el trabajo de Ferrer? “Pues en los tiempos, en los plazos, en cumplir con determinadas expectativas del cliente, en las largas horas sin descanso”, dice.

Momento de confesiones: el periodista que llama a Isidro antes de su hora de almuerzo le preguntó al artista qué obsesión tenía con los insectos. ¿Por qué le preguntó eso? Bueno: vio muchos trabajos de Isidro que involucraban a insectos. Lo cierto es que Ferrer un poco se sorprendió por la pregunta y respondió que no lo había notado. Fue educado, aunque el periodista no pudo evitar sentir que la pregunta había sido caprichosa: en realidad en los trabajos de Isidro hay recurrencia de una multiplicidad de cosas tan infinita que elegir a los insectos hablaba más de la obsesión del periodista que de alguna clase de elección repetitiva del artista. “Suele pasar”, dice Ferrer, “que la gente ve cosas que yo he ni pensado”.

Hablar con él es un placer: si el lector tiene la oportunidad de cruzárselo en Barrilete, este periodista recomienda fervientemente tener una buena pregunta a mano. Por ejemplo, preguntarle si le parece importante para su trabajo leer, ver cine y escuchar música. En esta charla respondió esto: “Para mí es esencial. Siempre les digo a los estudiantes de diseño que deben hacerlo, que no deben quedarse en sus mundos, que hay que alimentarse de esas cosas”.

Otra pregunta que puede deparar una conversación divertida con Isidro puede ser en relación a un trabajo específico. Por ejemplo, este periodista enloqueció con un cartel de El Rey Lear. Un cartel que funciona como símbolo del trabajo de Isidro, porque no se trata de un resumen o de una síntesis de la obra de Shakespeare tanto como sí se trata de una puerta de entrada. Un cartel a la altura de una de las mejores obras de la historia del mundo: una mano de esqueleto cuyas falanges son también fichas de ajedrez. “Llegué a ese trabajo tras 30 intentos fallidos”, confiesa Isidro, y cuenta la historia íntima de una obra maestra: “Finalmente pensé que el ajedrez podía simbolizar esa lucha de poder que hay en El Rey Lear, y que las fichas podían ser parte de un esqueleto. Luego, llegué a la conclusión de que no podía poner la corona del rey en cualquier dedo. Debía ser el dedo índice, el que señala, el que ordena, es el dedo del rey”.

A veces, si te pasás un cierto tiempo entre las obras de Isidro Ferrer puede sobrevenirte la idea de que estás viviendo en un mundo de sueños. En un lugar parecido a los paisajes deformes y encantadores de los sueños. Dice Isidro que cuando trabaja para un cliente en particular, cuando trabaja “a pedido”, no recurre demasiado a esa dimensión. Pero cuando hace libros para chicos, por ejemplo, cuando él es el jefe, sí se alimenta de sus propios sueños. “Es una cuestión de libertad”, explica. “Cuando no hay que satisfacer a ningún cliente, me gusta moverme dentro del mundo onírico”.

Se suele decir que hay que dejarse sorprender por determinadas cosas. Con las obras de Ferrer no hace falta “dejarse”: de hecho, da la impresión de que Isidro no te pide nada y sus trabajos de poesía visual se encargan de todo: de la sorpresa y de la emoción, de la metáfora y de la sonrisa que produce esa metáfora. Otro efecto que producen sus obras es que te convierten en soldado de una batalla contra la superficialidad de las cosas: vamos, que si en una piedra solamente ves una piedra, es porque te falta la poesía del mundo. Ferrer enseña a pensar que los objetos son profundos, que podés bucear en ellos hasta encontrar lo que tienen para decirte y, aún más importante, lo que podés decir con ellos. Todo lo que podés decir con ellos.

« VOLVER